1-0: Luis Enrique pierde el crédito
Una alineación soberbia y un juego decepcionante derrotan al Barça en Anoeta dos horas después de que el Madrid cayera en Mestalla
El Barça no aprende. Anoeta fue la tumba del Tata Martino, el principio de su cantado y anticipado final, y lo puede ser también para el proyecto de Luis Enrique, responsable de una alineación soberbia y absurda cuando, sólo dos horas antes, el Real Madrid caía en Mestalla abriendo la Liga a un zarpazo clave por parte del Barça.
No cambió nada en la clasificación pero sí la autoridad, el liderazgo y la confianza que, pese a todo, Luis Enrique había acumulado a lo largo de estos meses de irregular rendimiento. La fe en el asturiano era la clave del estado de ánimo del barcelonismo, decepcionado ayer con él por pasarse de listo y de prepotente. Fue una derrota cruel e injustificable.
Complicaciones y más complicaciones
El Barça no se pudo complicar el partido más ni más pronto. Al minuto, Jordi Alba había anotado infortunadamente el primer gol de la Real Sociedad en su propia puerta en una jugada que desde luego marcaría el guión de una primera parte en la que habría sido interesante ver cómo funcionaba el invento de Luis Enrique en una situación peculiar por no decir de riesgo, sentando a Messi, Neymar, Piqué, Alves y Rakitic de una tacada dos horas después de la derrota del Madrid en Mestalla y con la posibilidad en la mano de recuperar el liderato de momento.
Razonadamente, alguien puede pensar que quien se había complicado la vida había sido el propio Luis Enrique con una alineación que, sabía de sobras, desataría polémica, especulaciones e irritaría al barcelonismo con independencia del resultado.
La diatriba entre Leo y el técnico asturiano en la vuelta al trabajo el jueves pasado venía a darle al ‘once’, además, una lectura en clave de posible castigo o de advertencia sobre la relación entre vacaciones y titularidad de cara a futuras navidades. Lo que fuera que hubiera pensado Luis Enrique no sirvió de nada por culpa de esa jugada que dejó a la Real parapetada en un montaje defensivo con el que se mantuvo relativamente cómoda hasta el descanso.
El Barça no tuvo problemas, ninguno, para dominar territorialmente y buscar entrar por las bandas donde tampoco estuvieron finos ni inspirados Pedro y Alba por la izquierda y Munir y Montoya por la derecha. A Luis Suárez se le brindó la oportunidad de actuar como ‘nueve’ puro, fijando bien los centrales, trabajando como siempre, encarando y dándose la vuelta pero sin suerte de cara a gol.
Estaba claro, sobre todo porque al Barça no le van a pitar un penalti a favor ni equivocándose, que sólo los cracks podían arreglar lo que el técnico había desarreglado en lo que vulgarmente se conoce como un ataque de entrenador. Rendido a la evidencia, Messi ya salió a calentar al final de la primera parte.
El peor final previsto
Quedaba otra contrarreloj de 45 minutos con la ventaja de jugar con la tripleta de oro pero también con la evidencia de un centro del campo cansado y la moral por las nubes de la Real, consciente de que un segundo gol le daría prácticamente el partido. El enemigo olía la sangre y, a diferencia de la primera parte, también comenzó a buscar su ventaja en balones largos muy peligrosos.
Todo se reducía siempre a Leo y a su bendita e infinita capacidad para obrar el milagro del gol, en este caso para salvar los muebles o lo que se pudiera salvar de una metedura de pata evitable.
Lo intentó una y otra vez Messi con su talento y proverbial tenacidad, vigilado por media Real y lastrado por ese jugar de su propio equipo que no acaba de encontrar ni el ritmo ni la frescura.
Suma de errores
Los últimos minutos se vivieron desde la óptica azulgrana desde de esa sensación de tragedia propia, de no saber por qué hay que estar dándose siempre tantos cabezazos y escalar montañas que un minutos antes simplemente no estaban.
Las prisas aconsejaban correr, con el riesgo de precipitarse y el exceso de toque no parecía la mejor fórmula consumiéndose el tiempo más deprisa que nunca. No quedaba otra que intentarlo individualmente. En el 86, hasta el portero realista Rulli, nervioso todo el partido, se entonó sacándole a Luis Suárez un balón por abajo y un minuto después otro por arriba. Lo habitual en estos casos.
Quedaba poco por hacer fuera de maldecir el cúmulo de errores propios acumulados en poco más de dos horas, el único récord que al final le quedará a este equipo.
Crónica publicada por Francesc Perearnau, MD.com
Fuente fotos: www.mundodeportivo.com y www.laopiniondemalaga.es
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